Con once años, le das a tu ama tus trofeos, y yo te quiero por tu regalo, te quiero cada día más porque te acuerdas de tu madre pequeño mío. Apruebas todos los controles y eres buen pelotari. Cariño, sigue así y yo rezaré para que Dios te conceda todos tus sueños. Comparte tus buenos momentos con tus amigos pero no trastees demasiado, sino el aita se enfadará, yo te perdonaré pero te daré esos consejos que da una madre a su niño. Sonríe a la vida y ella te sonreirá. Acuérdate de las cosas que te dice tu ama. Bueno hijo mío que sepas que mientras pueda tu ama estará ahí entre el cielo y la tierra para ti.
Cuando maduran los madroños
El fruto del madroño al igual que la endrina, son frutos silvestres, sabe como el melocotón y contiene muchísima azúcar, lo cual es peligroso tomar demasiados, pues puedes acabar beodo. Elijo estas fechas, en las que madura el madroño, noviembre y diciembre, para dar un repaso de lo que ha sido de mí durante este año pasado y elijo el madroño, para encabezar este relato, pues donde vivo en Sarriguren hay varios y suelo probar sus frutos.
Me miro al espejo y veo los cuarenta y nueve años reflejados en él, las arrugas pueblan mi cara, los ojos semi-cerrados, por haber visto cosas que quizá no debí ver, el pelo aunque teñido con la textura de las canas que endurecen el cabello.
Al principio todo iba bien, mis dos amigos mis gatos, de pronto comencé a dormir mal hasta que ya no dormía nada ni siquiera con las pastillas, pasé muy mal esas fechas.
El Atleta
Juan era un joven muchacho que soñaba con llegar a lo más alto. Para ello se ejercitaba todos los días, el atletismo era su pasión. Pero también estudiaba a sus 18 años la abogacía, sacaba buenas notas, estaba contento. Tenía muchos amigos, en sus ratos de ocio salía con ellos a los bares y discotecas. Sus padres lo querían mucho y le ayudaban todo lo que podían y así pasaban el tiempo, ocupados en sus tareas.
Un día decidió doparse para mejorar en el atletismo y sacar mejores resultados en las pruebas. Así fue pasando el tiempo, hasta que un día le dio un patatús en el cuerpo y tuvo que ir al médico. Le dijo que se encontraba mal y el médico le hizo unas pruebas y le encontró sustancias nocivas para la salud. El chaval le contó la verdad sobre el dopaje y el deporte que practicaba. Como en apariencia se encontraba bien, lo envió a casa. Pero pasaron los días y las semanas y no mejoraba, hasta que un día se vio impedido corporalmente para valerse solo y tuvo que ir al médico con sus padres y allí le detectaron que tenían una enfermedad mental desconocida. Como necesitaba ayuda lo llevaron a un centro, para personas con cuidados especiales donde con el paso del tiempo se vería si se podía curar. Pero pasó el tiempo y no mejoraba, y allí esta donde vive su vida en ese centro.
• Spiderman •
Aunque vaya por el valle de las sombras…
¡¡¡GANADOR DEL CONCURSO DE RELATOS 2016!!!
Ya había pasado el mediodía; el sol no se dejaba ver en un cielo cargado de nubes grises que descargaban sin piedad, haciendo imposible la visión en 10 metros a la redonda. El viento convertía en ventisca la nieve que caía, azotando con cada copo de nieve al insensato viajero que atravesaba aquel valle de lágrimas.
El viento parecía cobrar vida jugueteando con los arbustos; divirtiéndose con las copas de los pinos, formando pequeños remolinos en medio de la ventisca y creando curiosas esculturas que parecían vivas.
Aquel hombre de marcado coraje, calzaba raquetas para no hundirse en la nieve, caminaba con la cabeza agachada; vestía pantalones de cuero impermeabilizados con grasa y sobre los hombros una pelliza de piel de oso cubría las abrigadas ropas de piel de ante bien curtidas. A su espalda colgaba un arco de tejo con un carcaj repleto de flechas y una espada de doble empuñadura. De su mano colgaban las cinchas de un gran corcel negro cargado con todo su equipaje.
El tiempo pasaba despacio; paso a paso, metro a metro. Sobre la nieve el resollante animal resoplaba por las fosas nasales del esfuerzo que requería el caminar hundiendo las patas en un manto blanco de dos palmos de profundidad. El viajero procuraba que su corcel no se hundiera más de lo necesario para que la buena bestia no reventase por el esfuerzo de la caminata.
El tren de la vida
SEGUNDO CLASIFICADO DEL CONCURSO DE RELATOS 2016
Era primavera y como en todas las estaciones del año la naturaleza nos ofrecía unos paisajes hermosos. Tintados de lindos colores que merecían pararse a contemplarlos y retenerlos en las retinas o en su caso poder hacer fotografías si llevabas el equipo adecuado para poderlo poner en el álbum de los recuerdos.
Las flores comenzaban a salir, decoraban los campos cercanos a la carretera y a la orilla del río, siendo una vista maravillosa. En los árboles, los brotes anunciaban que iban despertándose y que nacerían nuevas ramas y flores que irían abriéndose y mostrándonos todo su esplendor.
Como cada año, yo, Irene, era una niña que en mis vacaciones escolares viajaba a Asturias para ver a mi familia, a mi abuela. Esta ciudad siempre me encandiló y como se dice: era mitad Pamplonica y mitad Asturiana y no podía decidir cuál de las dos ciudades me tiraba más, así que no decidí y me quedé con mis dos hermosas ciudades.
A través de nuestros ojos
La luz entra a través de los pocos huecos que deja la persiana a medio cerrar, José Ramón puede sentir la suave brisa que acaricia su cara, y la tenue luz le recuerda que tiene que levantarse para ir a trabajar.
Antes de nada tiene que leer la pizarra que tiene en el pasillo, nada más salir de su habitación. Ésta es negra y de grandes dimensiones, y en ella anota todo lo que tiene que hacer en el día, para no olvidar nada, incluso las cosas más elementales, como coger las llaves, apagar las luces y dejar todo en orden.
Ha ido al baño, se ha aseado, afeitado y por último el after save. Cuando termina, se acaricia la cara, y la suavidad de su mejilla le recuerda a su madre, que haciendo el mismo gesto se lo decía cuando era pequeño, «qué cara más suave tiene mi niño. Cuando yo falte, recuerda hacerlo todos los días y así me sentirás cerca por mucho tiempo que pase».
Sus padres siempre le recordaban que era una persona muy especial, y que esforzándose lograría todo lo que quisiera, pero que nunca, nunca, permitiese que nadie se riese de él.
Lo que siente María
Como todos los días, María se prepara para ir al trabajo que desde hacía poco tiempo había conseguido.
Todavía le costaba levantarse por las mañanas, pero luego, durante el día, se encontraba mejor. Las personas que eran sus compañeros eran muy majas y simpáticas; si alguna vez tenía algún problema o dudas, le ayudaban, y no les molestaba ni se quejaban. También María tenía más interés en este puesto de trabajo, porque en otros sitios donde había estado antes, muchos no le dirigían la palabra y le miraban como si fuera un bicho extraño. Ella pensaba que era porque, como tomaba algunas pastillas, le dejaban como si estuviera un poco atontada, y le costaba más tiempo realizar cualquier actividad. Parecía siempre una tortuga por lo lenta que iba.
No sabía si durante mucho tiempo iba a encontrarse tan bien como se sentía en aquel momento. Lo más importante es que había empezado a notar un cambio, pero también porque la gente que le rodeaba tenía un comportamiento más respetuoso y agradable con ella.
No sabía qué pasaría en el futuro, pero en el día a día del presente que estaba, se sentía bien y era lo mejor.
• María Montes •
Condena a un destierro
Todo comenzó hace seis años aproximadamente, Nacho estaba pasando una mala etapa. Hacía años que sufría una fuerte depresión, pero nadie veía que realmente le pasara nada. La familia, el trabajo, los amigos, todos decían que eran cosas suyas, pero en realidad a Nacho le ocurría algo bastante amargo y duro que le hacía sentir mal.
Empezó un ir y venir de médicos de todo tipo sin dar con lo que le pasaba en realidad, hasta que un día un doctor le dio un diagnóstico: trastorno bipolar. Todo se le cayó encima, no sabía qué hacer, por dónde tirar o cómo afrontarlo. Pasó un tribunal médico donde le dieron una incapacidad y entonces comenzaron los verdaderos problemas.
Todo ha ido de mal en peor, se metió en sí mismo sin saber qué hacer. El día a día era terrible, no quería levantarse de la cama ni salir de casa, la gente empezó a darle de lado y la familia no le apoyaba lo suficiente. Fue dando tumbos de psiquiatra en psiquiatra y de asociación en asociación, pero su malestar y su tozudez a no ver que tenía que continuar con su vida y dejarse ayudar no le dejaban avanzar.
Casi Neptuno
Óscar nació en Donosti, tenía unos padres que le querían mucho. Su madre tuvo un parto difícil, fue por cesárea, y por ello lo trataban con mucha dedicación. Óscar se sentía feliz en su casa del puerto, no tenía muchos amigos, pues sentía que no era como los demás.
Un día, cuando tenía siete años, sus padres tuvieron que ir de viaje, pero lo que tenía que ser un viaje con feliz regreso, se convirtió en una tragedia. Sus padres murieron en el accidente.
Óscar quedo solo, el quedarse sin familia lo dejó sumido en la desesperanza. A los pocos días, decidió meterse mar adentro, no se dignaría a vivir solo. Poco a poco fue adentrándose en el mar, el agua estaba helada, notaba el frío hasta dentro de los huesos, pues era invierno. Siguió adentrándose en el mar, cuando llegó a un remolino pensó: “ahora me reuniré con mis padres”, pero notó que en el remolino podía respirar y que, tras zarandearle el mar, no pasaba nada. Se quedó muy sorprendido, descubrió su poder de respirar debajo del agua así que, por un lado había buscado la muerte, pero por otro, estaba encantado con su nueva habilidad. Salió del mar andando por el fondo.
¡Querer es poder! ¡Fijo que yo lo consigo!
─ ¡Diantres! ¿50 kilos me sobran?
─ Pues sí, tan diantres. ¡50 kilos! Aquí lo dice esta tabla ─dijo Mila─. ¡120 kg es casi el doble de tu peso ideal, señorita, casi dos Anas! Esto es muy serio, pero mucho.
─ ¡Casi dos Anas! ¿O sea que debería desaparecer una? ─pregunté horrorizada.
─ Así es ─contestó atenta la enfermera.
Mi cara se expandió en una mueca de incredulidad y sorpresa. La temperatura de mi cuerpo entró en ebullición en la consulta de enfermería, donde, el ligero calor hasta entonces existente, era provocado por la tenue luz que entraba por la única ventana que daba a la calle.
No pude evitarlo. Lágrimas de rabia y de vergüenza, hasta entonces contenidas, comenzaban a surcar mis redondas mejillas, dejando huellas brillantes conforme llegaban a su fatal destino.
─ ¿Cómo me ha podido pasar? ¿Qué he hecho mal? Aunque… me lo merezco.
El silencio se adueñó de la sala donde ella me controlaba el azúcar y el peso, además de la tensión.