Si me preguntasen qué ha sido más duro hasta hoy en mi vida, diría que tú, cariño mío.
Recuerdo que vivía hace ocho años en un piso de alquiler en Santesteban cerca de Donamaría. Hay cosas demasiado duras para contar, así que escribiré hasta donde mi corazón pueda.
Ni demasiado joven ni demasiado mayor para tenerte, lo que pedí en un viaje por Fátima (Portugal) se iba a cumplir, me quedé embarazada de ti, fue algo que al saberlo me hizo muy feliz, pero más tu nacimiento.
Antes estaban los nueve meses de gestación, me detectaron diabetes gestacional y tuve que hacer un gran esfuerzo para que no se complicase el embarazo, así que, tras todas las comidas, iba a andar, unas veces con los perros de los abuelos, otras veces sola y otras con tu padre, todo para que el azúcar estuviese estabilizado. Lo hice todo con sumo rigor hasta que las piernas comenzaron a hincharse y me tuvieron que poner insulina, así hasta el feliz nacimiento.
Recuerdo que tras devolver la anestesia me bajaron a la habitación y ahí pude comprobar lo hermoso que eras. Toda la gente me lo decía y yo orgullosa te exhibía. Recuerdo nuestros primeros contactos, te ponía entre mis rodillas tumbada en la cama y parecía como si me sonrieses. Aun no veías, pero sentías, el primer baño, el control de tu cordón umbilical hasta que se te cayó estando ya en casa.