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La promesa de Pablito

SEGUNDO CLASIFICADO DEL CONCURSO DE RELATOS 2021

Pablito vivía feliz en su pueblo natal de unos quinientos vecinos más o menos, era el mayor de tres hermanos y a sus doce años se consideraba ya un adulto, porque tenía la responsabilidad de llevar a sus dos hermanos, Luisito de 10 y María de 8, al colegio en el que los tres cursaban los estudios primarios. Su domicilio distaba veinte minutos andando desde su casa y se sentía importante con la sonrisa que su madre le brindaba al llegar a casa por la tarde y tenerlos sanos y salvos de vuelta en el hogar. Sus padres tenían poco tiempo libre para cuidar de ellos, Luis su padre, trabajaba en la tejería del pueblo convirtiendo la arcilla rica en esa comarca en tejas y ladrillos, llegaba a casa al atardecer muy cansado y lleno de suciedad con el afán de una buena ducha, una cena en familia y retirarse pronto a descansar para afrontar descansado la siguiente jornada.

A Felisa, su madre, no le daba el día tregua entre las obligaciones de la casa, comidas, ropas, atender un pequeño huerto familiar, alimentar algún animal doméstico y, por si fuera poco, también hacía pequeños arreglos de ropa por encargo para así ayudar a llegar a fin de mes. Así que Pablito salía por la mañana al colegio con sus hermanos y con algún encargo de su madre para entregar alguna ropa arreglada o recoger algún encargo para llevarle a su madre, eso le hacía sentirse importante y le gustaba poder ayudarle. Por la tarde después del colegio jugaba un rato con sus amigos con un ojo puesto en ver por dónde andaban sus hermanos. A sus hermanos un rato también le llevaba hacer la tarea del cole y luego pronto a cenar para irse toda la familia pronto a descansar.

Así eran los días laborables en el pueblo de Pablito, solo se alteraba esa rutina el fin de semana, que la fábrica donde trabajaba su padre paraba. Tampoco había cole y tenían más tiempo para jugar, aunque eso sí, el domingo tenían que ponerse guapos para ir a la iglesia en familia y eso ya no le gustaba tanto porque con la ropa de los domingos casi no podían jugar para no mancharla y eso era un fastidio.

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¡Querer es poder! ¡Fijo que yo lo consigo!

06─ ¡Diantres! ¿50 kilos me sobran?

─ Pues sí, tan diantres. ¡50 kilos! Aquí lo dice esta tabla ─dijo Mila─. ¡120 kg es casi el doble de tu peso ideal, señorita, casi dos Anas! Esto es muy serio, pero mucho.

─ ¡Casi dos Anas! ¿O sea que debería desaparecer una? ─pregunté horrorizada.

─ Así es ─contestó atenta la enfermera.

Mi cara se expandió en una mueca de incredulidad y sorpresa. La temperatura de mi cuerpo entró en ebullición en la consulta de enfermería, donde, el ligero calor hasta entonces existente, era provocado por la tenue luz que entraba por la única ventana que daba a la calle.

No pude evitarlo. Lágrimas de rabia y de vergüenza, hasta entonces contenidas, comenzaban a surcar mis redondas mejillas, dejando huellas brillantes conforme llegaban a su fatal destino.

─ ¿Cómo me ha podido pasar? ¿Qué he hecho mal? Aunque… me lo merezco.

El silencio se adueñó de la sala donde ella me controlaba el azúcar y el peso, además de la tensión.

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La casa de la llanura

05En lo más alto de la llanura había una casa pequeña con un huerto a su lado, donde vivía una familia: cuatros hijos y los padres.

Julen era el hijo pequeño, cuando su madre se puso de parto el tiempo era muy malo, frío y lluvia durante toda una semana, así que el terreno para llegar a la casa estaba complicado y la comadrona tardó en llegar, el parto se estaba complicando, llevaba muchas horas y no avanzaba, la mujer empezó a tener miedo. Cuando llegó la comadrona, justo había nacido el bebé, tuvo tiempo de cortar el cordón umbilical y limpiarlo, pero se encontró con un bebecito con un color muy rojizo y con una evidente dificultad al respirar, síntoma de que el niño había sufrido en esas horas. Así que tenían que llevarlo al hospital porque su vida estaba en un hilo.

Con el temporal, el padre cogió el coche junto con el mayor de los hijos y fueron al hospital. El padre en el hospital recibió la peor noticia que quería oír, el niño había sufrido durante el parto y las secuelas de esto hacían que el niño tuviese problemas de salud. Así fue, el niño crecía con más lentitud y mentalmente más despacio, nadie sabía hasta dónde podía llegar todo.

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Esforzándose cada día

caminoNació como un niño normal y corriente, creció en una familia humilde, se formó en la escuela, se divertía como todos los niños, los estudios que realizó fueron la ESO. Fue creciendo en un entorno donde no había mucho dinero, le salían trabajos esporádicos de contratos de 6 meses y a veces campañas de trabajo. Del dinero que ganaba, una parte se la quedaba él y otra se la daba a su familia.

Por aquel entonces se divertía saliendo con sus amigos, bebía alcohol y tomaba drogas, así todos los fines de semana. Fueron pasando los años con esa clase de vida, hasta que un día empezó hacer cosas extrañas, fuera de lo normal, y entonces fue al médico, le hicieron unas pruebas y le diagnosticaron una enfermedad mental.

El médico le diagnosticó una Esquizofrenia Paranoide, su familia se dispuso a gestionar con el médico todo lo que había que hacer, para que él pudiera llevar una vida como es debido, dentro del grado de minusvalía que la enfermedad le había ocasionado. El médico gestionó los papeles para que le asignaran una pensión con el grado de minusvalía que tenía y una medicación, y así pasó un tiempo y luego lo llevaron para que estuviera ocupado durante unas horas en un centro para personas con trastorno mental grave. Y así, él fue a ese centro donde cuidaban de las personas, ocupándolas con trabajos muy fáciles de hacer. Él, al final, poco a poco, se fue adaptando a la nueva situación, e iba consiguiendo metas.

Salía de excursión con el centro y las personas encargadas de él. Empezó a lograr objetivos y a demostrarse a sí mismo y a la sociedad que podía ser útil y romper el estigma que hay en la sociedad sobre las personas con trastorno mental grave.

Y así fue pasando el tiempo, meses, años, ejercitándose, colaborando en las tareas y cumpliendo con los objetivos marcados. Y ahora está en una residencia donde lo cuidan y donde acabará sus días.

• Jacinto •

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Los muros sociales

Muro 03bEra un frío día de invierno, las siete de la mañana. Como de costumbre, Esteban estaba sentado y leyendo el periódico. Se centraba en su desayuno antes de acudir a su centro ocupacional. Ya le quedaban pocas horas paran coger el autobús que le llevaría a su destino.

Esteban tenía un trastorno de personalidad y cada día se enfrentaba a lo que ello suponía. Tal y como venían los días, los dejaba irse. Se limitaba a convivir con ese trastorno, conociendo cuáles eran sus limitaciones y cuáles sus valías, dejando a un lado sus barreras, como si estas no existieran, y teniendo fijación en sus actitudes como persona. Era como si en esos días no existieran sus limitaciones, sólo las cosas buenas que hacía y que tenía.

Otras veces se topaba con otros tipos de problemas: los muros sociales, esos muros parecían más difíciles de superar, pero Esteban sabía qué tenía que hacer, ÉL LO SABIA. A veces esos muros tenían forma de discriminación, otras de exilio social por ser diferente. De hecho en su ciudad había centenares de ellos, pero él al levantarse todos los días, desayunaba, pensaba en sus tareas por hacer y acudía al centro. Esteban no se rendía nunca ya que por muy irrompibles que pareciesen, cuando caían y tocaban el suelo, hacían libres a las personas con enfermedad mental.

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La medalla de Miguel

Cocina 02Tres hombres trabajan a diario en la cocina del restaurante de Jiménez. Alfredo se encarga del horno y los guisos, Marcos es el repostero y el tercero, Miguel, prepara las ensaladas y la carne a la plancha.

De vez en cuando Jiménez, el jefe, un tipo flaco de nariz aguileña, le dice a Miguel que no se olvide de partir el pan y echarlo en los cestillos, o le pide que ordene la estantería de las hortalizas, o le grita, “Miguel, deja las ensaladas y prepara dos bocadillos de lomo con pimientos”. A Miguel, en cuanto escucha la voz ronca, contundente de su jefe, le tiembla el cuchillo que tiene en la mano derecha y parte el tomate en trozos cada vez más grandes y desiguales.

—Sí, sí, ahora mismo —dice Miguel a la vez que esparce el tomate sobre los platos.— Una, dos, tres…veinte ensaladas, sí, ya están todas.

—Por tus muertos, date prisa —vuelve a vociferar el jefe.

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La noche había sido larga

taza01La noche había sido larga, muy larga, pues Alejandra no había conseguido pegar ojo en ningún momento. En su cabeza se habían agolpado ideas a cual más absurda y que atentaban, directamente, con su buena salud mental, por lo que era urgente para ella el contrarrestar sus pensamientos con alguien de toda confianza, que tuviese los pies en la tierra y fuese más cuerdo, mucho más cuerdo que ella.

Todavía no había nadie levantado en su casa a esas horas, así que tendría que esperar. Mientras tanto intentaría poner en orden las ideas en su alocada cabeza.

Por fin amaneció uno de los habitantes de la casa, su hermano Richard.

—¡Ey, hermanita! ¿Qué haces levantada tan pronto? ¿Te has caído de la cama? ¿O es que no te has acostado? —preguntó preocupado Richard a su hermana.

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