Las ladronas de flores

¡¡¡GANADOR DEL CONCURSO DE RELATOS 2021!!!

Hay mujeres sencillas que no tienen gran apariencia, pero detrás de ellas existen dos mujeres maravillosas. Mi amiga, y yo misma. Son, o somos, mujeres que nos hemos hecho fuertes luchando contra los avatares de la vida. Poco a poco y día a día han luchado por atender bien a los que estaban junto a ellas, y quieren con todo su corazón, si se les deja. Mujeres solas que saben mucho de la vida, de aquellos que las han valorado en su justa medida, y aquellos que han intentado por todos los medios no dejarles ser MUJERES. Anónimas, la vida las acerca, y así pueden conseguir todo o casi todo lo que se propongan. Son distintas en cuanto a situación vital, pero iguales en sus sueños.
Lorea vivía, (y vive) en Sarriguren. A este pueblo del Valle de Egüés le rodea un pequeño riachuelo y zonas verdes. Aingeru vive con Lorea en un segundo piso, junto con una perrita y su periquito exótico que entró un día por la ventana de la terraza. Aquel día, estaba famélico, y lo adoptaron. De vez en cuando lo soltaban para ejercitar sus alas.

Lorea después de un largo letargo, por su medicación, dio bastante que hacer a Aingeru, pero después de mucho tiempo así, casi apática, se empezó a sentir mejor según le fueron disminuyendo la medicación, bastante, demasiada.

Allá por entonces, Lorea paraba solo a hablar con Carmentxu. Ella tenía cuatro años menos, pero no importaba, hablaban entonces poco pues la cabeza de Lorea no daba para mucho. Lorea estaba muy necesitada de gentes y de cosas. Carmentxu le ofreció de su ropa para ayudarla. Según Lorea, se iba sintiendo mejor, más centrada, con nueva ropa, y así su autoestima fue creciendo. Al final, a sus 54 años ya no le pesaban tanto. Carmentxu, rubia, de estatura parecida a la de Lorea, y ojos bonitos, verdes y grandes, era la persona más amable que le recordaba a sus amistades de antaño, cuando vivía en Mendillorri y su vida era mejor.

Aingeru, cuando paseaba a Lessi, la perrita de ambos, le solía traer girasoles del campo, y flores. La memoria iba llegando a la cabeza de Lorea, los tiempos en que confeccionaba cuadros de flores secas. Tenía dos enciclopedias que encontró en dos ocasiones al lado de un contenedor. Las utilizaba como prensa para aplanar las flores y secarlas en servilletas de papel blanco. Poco a poco fue acumulando flores. Y así es, cuando fue sintiéndose mejor, cuando decidió prescindir de las ayudantes que venían del Ayuntamiento.

Comenzó a coger confianza en sí misma; en Aingeru, Lessi, Gazpatxito y Carmentxu. Lorea un día decidió regalarle a Carmentxu un cuadro de flores, distintos colores a modo de mandala. Las cosas se disfrutan más si son compartidas. A Carmentxu le encantó el cuadro y le pidió una dedicatoria. Lorea encantada se la dedicó. A Carmentxu se le ocurrió, un día que estaba Julia, una chica jovencita estudiante, con la que solían juntarse entonces, ir con los tres perros a pasear entre caminos y cuestas, con unas bolsas de plástico recogiendo flores. Luego, otro día, Carmentxu y Lorea quedaron para pasear a los perros: más flores y unas palmas que cogió Carmentxu para Lorea, que ahora lucen en su salón en dos jarrones con una hortensia rosa artificial y una orquídea amarilla.

Un día que Lorea bajó a la calle, estaban unos sudamericanos con un montón de muebles y espejos. Y ella les preguntó si era otra mudanza, y le ofrecieron coger lo que quisiera, pues se lo iba a quedar Adania, la promotora de los pisos de VPO. Entonces, ella cogió un sofá pequeño de color verde pistacho. Ahí colocó doblada una toalla granate con la que cubría por la noche la jaula de Gazpatxito, para que no pasase frío, pues no podía permitirse calefacción. Carmentxu ya le dio a Lorea ropa de abrigo que utilizaba, para la calle una, y para la casa otra. A Lessi le gustaba tumbarse sobre sus chaquetas de lana, hasta que Lorea, después de tomar su medicación, dormía. Luego, Lessi se iba al sofá de la sala, cama donde había una mantita para Aingeru y Lessi. Después cogió un banco para la cocina y un banco cuadrado de madera con un tapete para una lámpara. Quería haber cogido un armario para el cuarto de Aingeru, pero entonces él estaba mal de la cadera y solo podía hacer lo justo. Ahora le tocaba a ella cuidar de Aingeru.

Y Carmentxu y Lorea, cimentaron una relación de buena amistad. Quedaban los sábados por la tarde, después de que Carmentxu ayudara a sus padres en las tareas de la casa. A eso de las cinco, se ponían más guapas, e iban por Pamplona. Lorea llevaba siempre alguna chocolatina que compartía con Carmentxu para merendar. Y compraban ropa económica, pero bonita. La vecina rusa de Lorea también le regaló otro bolso y ropa. Así Lorea, poco a poco, se iba haciendo un fondo de armario. Un amigo de Aingeru, le regalaba a éste ropa bonita y gorras. Y Lorea a Aingeru le regalaba zapatillas de andar por casa y algún jersey polar, para que fuera más cómodo ya que de ánimos no estaba muy bien.

Su mejor amigo, hacía muy poco tiempo, murió de cáncer. Pudo despedirse de él, dándole la mano. Su mejor amigo ya no le llamaría más. Aingeru ya no se sentía muy bien, pero ahí estaba Lorea arrimando el hombro.

Cuando Carmentxu y Lorea iban al centro de Pamplona, se metían en los jardines y rápidamente cogían flores disimuladamente. Pamplona es una ciudad muy ajardinada, y poco a poco Lorea iba regalando sus cuadros: al farmacéutico, a un trabajador social que ya no estaba con ella por cambio de persona, aunque éste entendió mal el detalle.

Poco a poco, con su nueva amiga Carmentxu, iba recuperando fe en sí misma. Tenía más ganas de andar, limpiar y escribir. Lorea no veía a su hijo de casi quince años hacía ya mucho tiempo, pero no quería que esto cambiase las cosas para su relato.

Lorea dedicaba tiempo para aprender a recordar su cocina de antaño. Comía todo lo sano posible añadiendo distinta comida: verduras, hortalizas, frutas, casi nada de arroz, poca pasta y de vez en cuando algo especial, pues era diabética. Una pizza a medias con Carmentxu, mitad y mitad. Fruta en almíbar sin azúcar, aguacate, queso fresco con mermelada de naranja, pechuga de pavo (fiambre) para su sándwich con un poquito de mahonesa, tortilla de atún y pimientos del piquillo, queso en lonchas y dos hojas de cogollos de Navarra, la parte blanda. El mismo cogollo del que le daba hojas al periquito. Aingeru compró un cazo bueno con el que podía cocinar bechamel con jamón serrano picadito y huevo cocido. Para unas deliciosas croquetas que compartía con Carmentxu.

Ellas lo pasaban muy bien, hablaban de sus recuerdos, de sus vidas, y habían llegado a un acuerdo: Carmentxu podía subir a casa de Lorea, pero ella declinó no ir a la casa de Carmentxu, pues vivía con su hijo, y de vez en cuando aparecía la novia de él. Así que Carmentxu y Lorea poco a poco iban haciéndose más cómplices. Hacían el payaso y reían. Sacaban fotos y planeaban, un día en el que todo lo del Coronavirus pasase, ir a San Sebastián a pasar el día. Igual iban con Aingeru, o solas, de todas formas, las dos sabían que lo pasarían bien. A pesar de los pesares.

Por las mañanas Lorea, tras ponerse la insulina, tomarse su medicación, duphalac de vez en cuando, tomaba también sus remedios naturales: lino, y una cucharada de aceite de oliva para ir al baño, aunque ya no estaba tan mal como hacía tiempo, en el tema de baño, pues lo había pasado muy mal. Limpiaba la casa, después de dar un largo paseo con Lessi; limpiaba la jaula de Gazpatxito; le ponía agua y alpiste, un trozo de manzana y un trozo de cogollo.

Se pueden encontrar momentos de felicidad hasta en la adversidad. Allí estaban, Carmentxu y Lorea disfrutando de esos momentos donde ejercían de AMIGAS. Y entre risas, decían que escribirían una carta de agradecimiento al Ayuntamiento de Pamplona por poner flores tan bonitas por poder ponerlas en sus cuadros. ¡Ya que pagaban la contribución, algo se podrían llevar! Ellas se lo tomaban a risa.

Ahí vivían en Sarriguren, Carmentxu y Lorea, para seguir robando flores en los jardines. En los pisos con zona verde, flor que estaba fuera de la calle, iba para adentro de la bolsa. Llegar a casa, y lo primero poner a prensar y secar, disfrutando haciendo y regalando los cuadros de flores. Es un regalo que cada vez que lo diesen pensarían en ellas.

Las cosas en algunas ocasiones no están a favor, ni al alcance, pero lo que sí se puede es invertir toda la fuerza de esa energía, que fluye cuando de un modo u otro conseguimos ser felices con las cosas menos inesperadas. El otro día alguien le dijo a Lorea, “ya no voy a tener más gatos porque se mueren y sufren”. Pues si lo piensas bien, tan solo tiene que importarte si los cuidaste bien y seguro así sabrás que fueron felices. Nada es para siempre, pero lo que dure casi bien no habrá sido en balde. La vida no es el tiempo si no los momentos. La vida viene y va.

Lesi ya no podía andar con el perro de Carmentxu, pues estaba en celo y el perro era muy grande para controlarlo. Con los demás perros Lorea cogía a Lesi y así no la montaban. Pues Aingeru y Lorea no querían más animales. Lesi parecía que era mayor, pero todavía tenía el celo. Una semana y ya se le pasaría. Procuraban no dejarla sola fuera de las tiendas. Había que hacerlo a parte. Lesi en celo estaba reclamando más caricias y abrazos y quería salir a la calle, así pues Lorea se vestía y la volvía a sacar a la calle después de comer. Luego Aingeru se encargaría.

Verano y Otoño, los madroños ya maduraron y Lorea en cada uno de los paseos con Lesi, los comía, pues estaban maduros, y los frutos silvestres eran buenos para su dieta, y además gratis.

Aingeru, tras haber perdido a su amigo, iba con otra gente. A los dos, Aingeru y Lorea, les venía bien salir y socializar. Cada uno por su lado, para desconectar con la rutina que obligaba a estar confinados. ¡Qué distinto todo con la mascarilla! Buscando baños para poder orinar, pues Lorea bebía mucho líquido: horchata y zumos sin azúcar, mucha agua, batidos de chocolate y yogur bebible. Todo de Mercadona, ya que el dueño tenía una hija celíaca y no se olvidó de los diabéticos. Flanes sin azúcar y yogures sin azúcar.

Lorea desde que estaba mejor adelgazó cuatro kilos. También caminando más ligero, hasta corriendo para coger el autobús. ¡Quien se lo iba a decir! Los años ya no le pesaban. Cambió de terapeuta y mejor. No le guardaba rencor, pero si le molestó la forma en la que le trató el anterior. Pero eso quedó atrás y ahora Lorea podía estar mejor, más tranquila, y a pesar de lo que vivió con su hijo, conseguía estar bien, pero cuando a veces soltaba alguna lágrima tomaba un Orfidal y le ayudaba muchísimo. Como dirían algunos: “¡virgencita que me quede como estoy!” Y yendo a mejor. Lo malo ya pasaría y su vida no acabaría. Seguir con lo poco o mucho que te ofrezca Dios, la vida o el destino. Ya era hora de despertar de ese largo y profundo letargo. Se vestiría y sacaría a Lessi para calmar sus ansias de cruzarse con los perros. Pero con mucho cuidado, sin sorpresas de ese tipo.

Aunque Lorea ya no podía ver el azul de sus ojos, su amado hijo, al menos podía ver los colores de las flores, y la sonrisa de los que le rodeaban, recuperando el tiempo perdido entre depresiones, lágrimas y ansiedades. Motivada en todos sus quehaceres. A pesar de que no lo tenía junto a ella, conseguía días tranquilos, hasta incluso felices.

Vivía como si hoy fuera el último día con sus cincuenta y cuatro años. Y soñaba a corto plazo ir a Donosti, su tierra natal, e ir acompañada con su cómplice Carmentxu. Pasear por la arena a la orilla de la playa y respirar su aire yodado, con su buena cámara de fotos. Llegaría ese día no muy lejano y disfrutarían como colegialas. Tendrían que ver qué pasaría con el coronavirus.

Sueña lo que quieras soñar, haz lo que quieras o puedas hacer. VIVE. “Si tú estás bien, yo estoy bien, pero si tú estás mal procuraré si algo está en mis manos hacer lo posible por que te sientas mejor para que así los dos estemos bien”, esto pensaba Lorea. “Tu ama, amiga, compañera, y hasta conocida, y lo de que de una forma equivoca o acertada cuidan de mi salud”. Así es la vida, seguir sumando y no restando.

Carmentxu y Lorea no se planteaban cuánto duraría esta relación de amistad. El tiempo lo dice todo. Ya con Aingeru nueve años. Sembrar bien para obtener buenos frutos. Como la naturaleza misma. Pero de lo que si estaban seguras, de sumar y sumar, y si por algún motivo de peso la vida les separase, pensarían que mereció la pena ser las ladronas de flores.

• Le petit oiseau •

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