El tren de la vida

SEGUNDO CLASIFICADO DEL CONCURSO DE RELATOS 2016

11Era primavera y como en todas las estaciones del año la naturaleza nos ofrecía unos paisajes hermosos. Tintados de lindos colores que merecían pararse a contemplarlos y retenerlos en las retinas o en su caso poder hacer fotografías si llevabas el equipo adecuado para poderlo poner en el álbum de los recuerdos.

Las flores comenzaban a salir, decoraban los campos cercanos a la carretera y a la orilla del río, siendo una vista maravillosa. En los árboles, los brotes anunciaban que iban despertándose y que nacerían nuevas ramas y flores que irían abriéndose y mostrándonos todo su esplendor.

Como cada año, yo, Irene, era una niña que en mis vacaciones escolares viajaba a Asturias para ver a mi familia, a mi abuela. Esta ciudad siempre me encandiló y como se dice: era mitad Pamplonica y mitad Asturiana y no podía decidir cuál de las dos ciudades me tiraba más, así que no decidí y me quedé con mis dos hermosas ciudades.

Mi abuela vivía en las casas de la estación del tren. El primer día era difícil conciliar el sueño, pero al día siguiente ese sonido de la llegada del tren por sus vías y el pitido del jefe de estación con su banderín para dar la salida ya me resultaba familiar.

Siempre que podía iba a una de las habitaciones que daban a los andenes de la estación para contemplar el ir y venir de los viajeros. Yo misma también viajaba en el tren para ir a la playa. El tren de las 13 h era el que grandes y pequeños cogíamos para ir a Gijón, a la playa de San Lorenzo. Nos juntábamos tantos que ocupábamos todo un vagón. Jugábamos con las olas del mar, con la arena haciendo castillos con sus torres y puentes para que el enemigo no pudiese llegar a conquistar el terreno. Allí es donde aprendí a bucear antes de nadar. Era muy simpático ver bucear a Irene ya que tenía unas gafas azules casi más grandes que su cara con las que ella disfrutaba viendo el fondo del mar. En casa de mi abuela había una bañera grande donde la niña practicaba el buceo con sus gafas y algunas que otras piedras para verlas y atraparlas, parecía que no le había sido suficiente todo el día en la playa.

A las tardes siempre solían sobrevolar la playa unos aviones con una tira de publicidad en la cola del avión, pero esto para los niños no les importaba, el avión significaba que echaban regalos y los niños/as corrían para coger ese preciado trofeo. A las 20 h era hora de volver.

Ahora al recordarlo aparece la añoranza y también la alegría ¡Que recuerdos traían esos viajes…!

Cerca de las casas había una alameda frondosa. Allí jugábamos los niños/as todas las tardes, era un sitio perfecto para jugar al escondite. Había un grupo de árboles al comienzo de la alameda, como si se hubiesen puesto de acuerdo formando un círculo perfecto, pero al final solo estaba aquel viejo árbol grande con un hueco enorme en su tronco. En este hueco, había un nido de gorriones que no fallaban a su cita y este año no iba a ser menos. Además, había aumentado la familia y había dos pequeñitos, sus papás siempre estaban acompañándolos, protegiéndolos de cualquier animal que les quisiese hacer daño, a su vez los padres volaban incansables para traer comida y poder tener mullido el nido. No me puedo olvidar de los sonidos que en estas fechas nos traía la llegada de los jóvenes anímales que reciente habían nacido. Sus sonidos eran inconfundibles, los trinos de los pájaros, el cric-cric de los grillos, la luz de las luciérnagas en la noche, las ranas y renacuajos en aquellas aguas estancadas y muchas, muchas mariposas volando de aquí para allá.

Todo esto en la ciudad era muy difícil de observar y escuchar.

Donde estaba pasando las vacaciones parecía una parte de un pueblo y en las casas estábamos un grupo de niños y jóvenes que cuando el tiempo lo permitía, después de cenar o con el bocadillo en la calle, salíamos a jugar: a tres marinos en la mar, bote-bote, al burro y otro montón de juegos más. Aquí no había prisa, el reloj de alguna manera no corría tanto y no teníamos que preocuparnos por ningún peligro.

Todas estas cosas las vivía contenta y tachaba en el calendario los días que faltaban para la llegada de las vacaciones y disfrutar de mi inocencia. Luego fui creciendo y fue distinto.

Pero todo no era tan fácil y desde muy niña me di cuenta que al nacer, en mi pequeña espalda traía una mochila más grande y pesada que yo misma. Estaba llena de piedras; unas piedras que se encontraban en el camino de mi vida y que dificultaba mi paso, haciéndome caer una y otra vez. Las piedras grandes siempre estaban al principio de la mochila. Tenían sus nombres: piedra del miedo, de la soledad, de la inseguridad, del llanto, de la falta de amor, de la falta de caricias y esta es una lista que podía alargar muchísimo más. Siendo consciente de que realmente lo que necesitaba era del apoyo de un ser querido que me quisiera y me guiara. Yo como niña estaba creciendo sola y las personas que estaban a mi alrededor no contaban, no dejaban ninguna huella que me marcase de una manera positiva y que me dijese lo contrario.

TÚ SOLA TE ESTÁS HACIENDO EL CAMINO.

Tenía muchas cosas que preguntar, pero el silencio era la respuesta en su mayoría de las veces.

Era una niña introvertida, impulsiva. Mi genio no era entendido y era tan pequeñita que no sabía expresar de otra forma el por qué me comportaba así, ya que esas piedras que estaban en la mochila: el dolor, la soledad…eran las culpables de mi comportamiento.

Todas las noches lloraba en silencio para que nadie me escuchase y soñaba que me acariciaban, me mimaban y estaban conmigo abrazándome en un regazo acogedor.

Un día, hablando con una amiga que me conocía desde pequeña, y ésta conocedora de casi todo lo que había vivido, me recordó que además de las piedras malas que llevaba encima, también tenía que recordar las otras piedras buenas que venían conmigo y que me hacían sentir feliz y contenta.

Comencé a recordar y encontré esas piedras: eran la piedra de la ilusión, de la sonrisa, la de saber disfrutar, la de sorprenderme, la de recibir y dar amor. Esos sentimientos que te hacen un poco más feliz.

De repente, me di cuenta que las piedras pesadas y que me hacían mal eran enormes y que llegaban casi a cegar y hacer invisibles en mi vida todas aquellas piedras que me hacían sentir bien, y que luchar contra estas moles, levantarlas y apartarlas del camino para poder ver las otras iba a ser de gran dificultad.

Mi cabeza había estado mucho tiempo dormida en un camino empedrado sin saber salir de esta situación. El tiempo ya había jugado en mi contra, mi lucha una y otra vez no encontró lo que deseaba, así que todo lo que me quedaba era sufrir y me revelaba en cada ocasión.

Una tristeza enorme se estaba apoderando de mí, y ya en la mitad de mi vida me estaba dando cuenta de que lo que estaba ganando era el dolor, dejando a la alegría en una esquina sin dejarla ver y viendo sólo oscuridad.

Había perdido tantas cosas buenas y menos buenas que me hubiese gustado seguir teniendo ahí…!

Sabía que habría situaciones que ya no podría hacer y que me creaban un gran dolor, así que tendría que trabajar duro sobre ello y vivir con aceptación, no luchar contra las cosas que ya no podía hacer y centrarme con todas las energías para resurgir como el Ave Fénix. La lucha era muy dura, día tras día, con sus noches. Ya era algo crónico, el tiempo lo quiso así.

Lo que ahora ya pedía a voz en grito era que EL RESTO DE MI CAMINO me llevase a poder tener una “MEJOR CALIDAD DE VIDA”, con tranquilidad todos los días, sin faltar a mi cita.

Escribir estas líneas me ha dado un regalo, es volver a recordar que en la vida había vivido más momentos de alegría, que casi los había olvidado y ahora los podía tener más presentes y sonreír por ello.

Ahora parece que estas palabras las hago mías, pero no es así, los médicos las han ido repitiendo: siempre hay que mirar con tranquilidad suficiente, pedir ayuda, luchar, aliarse y vivir el momento, ocuparlo.

Ahora me miro y me digo: Coge la balanza y mira lo que es mejor para ti. Yo también lo puedo decir, pero añadiría qué “DURO” fue, y siempre creeré que pierdes algo, por supuesto, y sé que si me pilla en un momento bajo, estas palabras rebotaran en mi pecho, encogerán mi estomago y harán el efecto contrario.

No quiero permanecer en el dolor, por eso lloro y lucho por hacer otras cosas que me hagan sentir bien. QUIERO SENTIRME VIVA para sentir satisfacción y poder descubrir en mi cara: mis ojos, mi sonrisa, una luz especial y que primero sea YO la que lo perciba y luego gritar al mundo entero que estoy FELIZ y que mi camino ha merecido la pena vivirlo.

Mis mejores deseos para todas las personas que, por una u otra razón, estén viviendo momentos difíciles. ÁNIMO, SOMOS UNOS CAMPEONES.

• Txolarre •

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