Las palabras de la tribu

Sucedió tras una noche de pesadilla en la que me vi envuelto en otro mundo desganado por visiones dantescas que aún me escuece el espíritu negruzco. Como es habitual me senté en un banco de la plaza recoleta a ver pasar las nubes viajeras y a los árboles fieles a su territorio que bailan la canción del suave viento y lejano.

A través del día intento no sucumbir a equívocos. Aclaro las ideas tempestuosas, intento poner orden donde no hay sino caos rítmico. La canción del solitario se abre paso en las calles pintorescas. La luz siempre es buena, pero la rutina lucha por impedir novedades y sorpresas.

Pronto las voces vuelven a taladrar la mente. El caso es que olvido su procedencia, no sé si son producto de la imaginación o son las señales del más allá, o bien mensajes que no entiendo sumido entre desasosiegos. Veo pasar la gente y todos parecen tener prisa y es como si no se vieran. Señales alucinatorias vuelven hacía algún intento de futuro, quizás inventan extendida una música que lleva hacia los extensos territorios que otrora fueron incandescentes.

Ahora no sé si vivo o muero, si estoy dormido o despierto, o habito universos paralelos, las presiones se agitan y finalmente vuelve la insidiosa depresión por este barrio de estrechas callejuelas y recovecos y pasadizo y la más esotérica que estalla sus alas beligerantes hacia las playas invadidas por la luna del atardecer. Tales olas que vuelven a su cauce natural y las alas rompientes que me hablan de su procedencia: Estambul, El Cairo, Ibiza, Baleares.

Mientras estaba en estos pensativos avatares una espigada joven se sentó a mi lado. En la conversación simpatizamos rápido y las palabras mágicas me hicieron olvidar toda la anterior pesadumbre. Así que nos dijimos los nombres y al cabo de unos instantes imperceptibles nos quedamos tranquilos charlando y viendo nacer la noche sorpresiva.

Aquella chica de melena larga y rizada había conseguido el cese de las hostilidades. Con el interior feliz y alegre. Tal el mundo de los niños, una lucecita abrió las expectativas y los momentos adversos se olvidaron y la puerta de la felicidad se batía tal una furiosa búsqueda que iba a despejar las incógnitas. La energía de esta chica luminosa y vital, a la que vi en los días siguientes, hizo que el furor de las neuronas emitiera una paz estable y duradera.

No era precisamente la panacea de todos los existentes males que me llevaron a vivir en estados alterados de conciencia, mas era una alternativa subjetiva en este mundo sin libertad de expresión, donde las pautas son un guión extraño. Aprendemos a sobrevivir en convivencia con el día que al fin levante el espíritu sobre la marejada que vuela hacia los horizontes libertarios. Sus palabras cabrean la resaca interior que acecha enojosa. Caen tal una catarata incansable y calmosa. Ella escucha canciones subyugantes y a veces saca la fluida guitarra y sus melodías enamoran a los pájaros marítimos, sin una marejada que interpretaba los bailes amantes, el ritual sinfín que lleva las olas a su feliz acabamiento.

Hundido por sus besos intensos el espíritu del amor incógnito, los días pasaban fácilmente y al cabo el entramado sensual nos envuelve en el baile de las estrellas afortunadas con la fuerza del cosmos amigable. En la piel me latían las caricias de sus manos hábiles. Bajo su protección las mañanas sonríen y tras empatizar como imanes la oscuridad nos unifica y el acople de los sexos juega hasta sonar las astillas, y la naturaleza hace el resto, sigue los pasos de otras dimensiones, no parece que le preocupe la muerte especialmente.

Dice que irán al cielo junto a sus seres queridos y luego emprenderán una misión cósmica de tal envergadura que los huesos son inmortales y el equilibrio cósmico la mantiene en la vibración del amor curtido.

Las farolas hacían añicos los colores de la madrugada y las sombras huidizas alejaron las telarañas de un baúl de recuerdos de índole secreta. Tus besos son un panal de miel que me lanzan a la libertad total. Tus ojos, mujer salvaje, asustan a la muerte noble y digna, aunque tal vez todo sea volver al génesis, a los de la infancia desdibujada y sutil, o proyectarse a un mañana donde los sentires no estén prohibidos, no hablan sobre el sexo y la muerte. Tampoco el humor, ni siquiera de dioses o demonios, ninguna muestra de cariño sentimental, es la ley de la muerte que destruye a las flores silvestres. Éstas parecen evitar las críticas de los cínicos astetas y los toros que vienen al correr por algún tramo con sus amigos del encierro matinal. Aunque por la tarde van a tener peor suerte, para lucimiento de matarifes. No opines, no pienses, ni menos sentir compasión de los mendigos astrosos y la pobretería que saluda todas las mañanas y el barrio se va llenando de tribus. Gestes que viven en precarias circunstancias.

El desamor que es una grieta y un grito, es el barrio humilde, la penuria periférica que prodiga a las familias más necesitadas un techo. Alguien que esté en su sano entender sabe que esta sociedad es cruel e injusta, pero no tiene otro medio remedio que hacerse un sitio humanitario entre tanta intolerancia, fascismo y desgobierno, guerras calamitosas en el mundo de las aberraciones incomprensibles.

La mujer de hielo vino a visitarme y pronto sincronizamos. Me comunicó que tenía algo importante para decirme -estoy preñada, amigo mío-. La besé largamente y le dije que estaba feliz por el espontaneo acontecimiento. Ella se relajó aliviada por mi reacción de solidaridad. Alegres, sentí que la vida nos unía aún más hasta insospechados límites. La energía cósmica se manifestaba con tanta fuerza desde algún inextricable escondite lejano.

La noche aventurera se las prometía felices. Cruzaban veloces escuadrillas de gaviotas en una atmósfera húmeda. La fragua y la oscuridad de tu piel urdida por años sin luz espiritual. Pero eso es cosa de otro libro y nos llevaría olvidar el meollo de la cuestión que nos ocupa.

El territorio y las mujeres son los objetivos de esta contienda amistosa del espíritu y sociedad destartalada. Sean estos textos para la pobres lectores una emoción o algún rechazo que llueve los corazones, aun a sabiendas que la navegación se extreme hasta la extenuación y pierdas los papeles y tu mente sensible se desbarajusta hasta el infinito. Hecho trizas tras la debacle bohemia el mundo me da otra oportunidad. Un último tren nocturno hacia el melancólico barrio. Una lluvia lenta me recuerda a los personajes secundarios. Esta historieta no existiría sin ellos. Las gentes de los bares, espíritus afines que colman mi ser, la cuadrilla: la Loles, Pablo Linares, Fedra Campos, etc., familiares y amigos de mil y una noches de marcha entre hippies y anarquistas, noctámbulos personajes con los que confabulamos la revolución roja.

Otra de las voces inconexas sacuden mi mente ilusoria, pienso una y otra vez con los presos de conciencia y los sociales, un puño que me aprisiona el cerebro desarticulado. Un pánico exacerbado rompe los sistemas neuronales. Marginados por la sociedad y el barco navega por aguas libres y los vientos auguran buenos resultados.

Tranquilo hermano, solo ha sido un mal sueño, otro embate de la enfermedad, alguna crisis del desamor; ahora tengo que cuidar de mi hija, y complacer a la mujer por todos los ensayos de su buena disposición y hacerlos felices con todas las fuerzas de que pueda hacer acopio.

Ella está salvaje, con la altivez de una leona en celo. Luego domina mejor sus fuerzas y se pega a mí igual a un tatuaje y a veces habla torpemente de cosas inverosímiles, de viajes exóticos, de amores furtivos y libres, de su infancia en el pueblo marinero, los primeros amores.

La mar está en calma, y tras mucho tiempo sin verla aparece la luna. El barco que salía hacia la madrugada se esfumó en la atmósfera nocturna. Vacilaban en el puerto reflejos indistintos. El baile de las aguas y la espirituosa noche se guía por el equilibrio de las gaviotas empeñadas, por la tiniebla amable que nos acoge.

Tras tantas experiencias se abre una ventana para que lo auténtico siga en la trastienda de los seres humanos hermanado las refriegas y las odiosas degradaciones. Una sonrisa, un beso que llega a los profundos misterios. Las telarañas del sueño mágico nos mueven a risa. El sol que también sale para los mendigos y furtivos. Que las lluvias se lleven el barro del ser humano, incluso en las condiciones más perniciosas, la señal que habita entre las manos que unas palomas aletean en busca de algún sueño imposible. Que otra vez me llevó por la calle de la amargura. La mujer de hielo también me dio sus favores en las noches de fuego lento. Un grito de libertad en los siete mares.

Brilla el sol incontestable y se deshace la escarcha en estrellitas. El corazón de la naturaleza nos hace un guiño entre las flores lluviosas. Las gentes al pronto cobran sentido y por lo menos el corazón marinero entona sus canciones protesta. El cuaderno de bitácora apunta ya avatares de la imaginación ensoñada; los detalles de la singladura psicodélicas, la proyección de la mente colectiva, las mujeres que salvan de las ruinas personajes a muchos hombre que deambulaban sin sentido alguno.

La alegría contenida se extiende contagiada por las grietas del olvido hacia un mañana que solo sea el vuelo de los sentimientos en los bosques del devenir.

• Capitán Timón •

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