Los abuelos y el Alzheimer

Como voluntario que fui, vocación que desde los 15 años tenía, porque entonces y después a la madre Teresa de Calcuta en mi corazón llevé, empecé mi voluntariado por el año 2001. Tenía tiempo libre para ello y mi enfermedad aún no había hecho su aparición en toda su extensión. Pero esto solo lo digo a modo de introducción de por qué me dediqué a estos benditos abuelos y abuelas. Este relato para mí es un homenaje lleno de amor que les trasmito desde lo más hondo de mi corazón.

Antes que nada, yo aprendí en esta labor que ser voluntariado es caminar junto a ellos y ellas, escucharles, que es lo que más necesitan en la soledad interior en la que viven, darles amor y que siempre vean una sonrisa en tu rostro.

Yo estuve con varios ancianos, pero en especial mencionaré un matrimonio de 80 años ella y 90 años él, cuando empecé. Vivían en un geriátrico y cuando me veían llegar Antonio le decía a Marcela: -mira, ahí viene nuestro amigo-, con una cara de felicidad que hacía que mi corazón saltase de alegría. Ellos no recordaban mi nombre pero sí mi rostro, y se les veía felices al verme, por lo que muchos días al despedirme y darme la vuelta para ir a casa, lágrimas rodaban desde mis ojos por ver que les dejaba un poco más felices.

Estuve 8 años con ellos, bueno con él 5 años pues se me fue junto a Dios a los 95 años, sujetando mi mano y sonriendo lleno de paz. Yo sentí al tener su mano con la mía una tremenda tristeza, pero a la vez una paz interior que nunca olvidaré, y seguido lloré porque se me fue un amigo al que nunca olvidare, y que junto a su esposa, solo me tenían a mí.

Dos meses antes de su partida, me dijo en un momento de lucidez que le prometiese que cuando él se fuese, cuidase de su esposa, y así lo hice. Estuve 5 años más con ella hasta que mi enfermedad asomó su peor cara.

Lo que acabo de relatar es una parte de lo que yo viví con ellos, pero los años que con ellos estuve fueron muy hermosos y enriquecedores. Cuando estaba con ellos mis oídos y mi corazón eran solo para ellos, solo cuando me iba retomaba mi vida, dentro solo estaba para ellos. Lo que vi en aquel geriátrico al principio fue muy triste para mí, al ver su soledad, pues en aquel lugar pude observar que muy pocas familias venían a visitar a sus mayores y algunos solo recibían visitas en las fiestas navideñas o en algún día señalado.

Me fui acostumbrando y abría los brazos y mi corazón a todos y todas las que podía, y ellos me ofrecían una sonrisa que me hacia llorar de alegría, porque al menos un poquito de lo que les ofrecía les alegraba, aunque fuesen solo unos momentos.

Abuelos queridos, unos retazos de poesía os quiero dedicar desde lo más hondo de mi corazón:

Dulces abuelos de tierna vejez,
qué árido y duro es vuestro padecer.
Cada uno estáis en vuestro mundo
que no sabéis si es real o os lo creéis.

Recuerdos, sueños, ilusiones,
¿Dónde estarán?…
Personas razonables
que perdieron sus ideales
fruto de una enfermedad
que les arrebato la verdad.

Por eso hay que intentar comprenderlos,
porque eso es su salvación.
No les queda más alegría
que la mano amiga de quien les rodea.

Verles como seres
con eternos sentimientos,
que necesitan cariño
y que se les escuche.

Queridos abuelos y abuelas
mi corazón y el de todos está con vosotros y vosotras,
porque somos muchos los que comprendemos
y queremos daros un abrazo
desde lo más hondo de nuestros corazones.

• May •

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