A estribor

Es la mar unas soledades. Amúsicas navegan. El bote marinero advierte las olas altivas que velan la placidez de la luna, sus navajas y sus ojos galácticos. No se puede acuñar la vacía voz del dolor, es sal viva. Una excitación que llena el valle de elegías y lamentos. La olvidadiza memoria unos besos dados a la contra en estas calles desvariadas y marineras. Aquí donde todas las pasiones devienen hacia el fluir del ser a una disposición distinta y extensa. Poblada de distancias e historias inefables, que sustraen el desierto y el agua, desde una aurora inexplicable. Traen el rigor de una navegación constante. Desde un alado experimento los personajes de la epopeya oceánica se definen en vidas sencillas y desapariciones.

Las marionetas traviesas y las diligentes artes. Habitados igual a máquinas estropeadas, seres de guiñol justifican al estado central su hipocresía y a las costumbres malsanas, a la farsa faraónica que los cargos públicos ejecutan.

Por las grises calles ennegrecidos por las últimas lluvias y bajas nubes los rebeldes se esparcen por los garitos R&R y otros bares tipo garaje, donde se escuchan las músicas diversas y variadas, nostalgias del futuro. En medio de aquella tasca rugiente algunas mujeres se prueban a bailar locamente y sus insinuaciones nos alargan la noche spiritosa.

Navego y los signos que la noche abre en ésta zona del universo son ganas de vivir tras de habitar largo tiempo lo negro que se debate insomne, el antihéroe no tiene en las ojeras gangrena y las amusicas desembocan por calles flotantes en el ingente mar de otras tierras lejanas. Lamentaciones y destierros, torvas espinas, y ese silencio atroz y desconsiderado, que rompemos a base de citas y canciones, baile y sonrisas.

El bote insiste en sobrevivir. Y es la noche. Los pobladores se afanan en sus canciones. Un sinfín de lucecitas, la ciudad de los cielos se nos hace cómplice. Compartimos el deseo sin cincelar de un sueño fugitivo. Aventuras que cruzan las calles de anochecida con la sorpresa del que a sus ojos por primera vez las cosas. El alma, lobo de mar conjetura a las puertas de invisible. Tras el misterio de las cosas muertas, de las personas que han sido más valientes. A veces estos amigos cruzan un saludo amistoso, en las sombras últimas de la noche que preceden al alba, convencidos y fieles gritan sus sinceros mensajes y espiritosos. Tal vez navegar esta noche solitaria, con el duende que deja la magia de lo vivo, al sentir amable el vagar sobre los no caminos de la mar nómada, emigrante y vagabunda, fuerte y fiel. Y huir de playas e islas. De gentes y ocupaciones. Los muertos empujan el vivir de los vivos entre canciones piratas y las sirenas de ardientes caderas. Y acuarelas de vivos colores, el agua escancia las luces por los lienzos marinos.

Se destejen los espacios aéreos. La mar transmite energía azul. Ausentes e invisibles a veces una se siente en el lugar en que se deja un bulto olvidado en el rincón sombrío del olvido. El niño aprende sólo el instinto primario de lo natural solo el instinto primario de lo natural. No cabe sombra en él, ni la ruina de los sucesos. Se defiende igual al explorador, sin falsas cavilaciones como estoy confusa y desorientada, con la lista de entuertos, con las marcas que el amor quiso fraguar en la cara endurecida y convulsa, con el miedo a amar escrito en el rostro desvencijado. Al otro lado, donde sólo es la energía altiva, llegas a expresar lucidamente el grito de los signos esotéricos. Alta misión que nos levó a estos despeñaderos solitarios. La mar no son unas esclusas. No es el fondo que uno pone a unas dramáticas peripecias. Lleno de ideas éste mundo se sumerge en unos fondos marinos.

Acaso la mar tiene un alma noble que no cabe y por eso mueve y se desenvuelve hasta los misteriosos arcanos que se acercan al futuro inmortal. Tal vez atañe a unas actitudes que cantan con las sangres donde viajan los signos y las luces. La canción de una noche pasada en avizorar los cielos en busca de rastros extrahumanos. Flores oscuras, salitre para reconfortar a los espíritus que han perdido a batalla por las calles ultraurbanas y las gentes varias. Un mensaje del otro lado de las cosas. A nadie le importa, el gesto de la derrota en el rostro curtido.

Sin desvaríos y máquinas jugamos al fuego de las caricias, hacia la humedad desconsiderada. Aquellos besos estimulan la soledad de esta playa lejana donde los amantes huyen/ímos. Aquellos besos estimulan la soledad a esta playa lejana donde los amantes huyen. En la huída que nos hacen meditar esta cala donde rompen las olas ingratas y peregrinas. Fluye la vida, se escapa de nuestros pareceres. Los dioses no están en este arrecife del diablo.

Intrépido y salvajemente tocas cual si quieras cincelarme. Caobas y ocres sobre tu piel devoradora. ¿Por qué me besas y mueves al extraño erotismo, develas la capacidad de amar al dandy desmañado y la extraña luz que le perdigue. Detrás del reflejo nos fuimos volando, insensata tribu, a navegar una mar resacosa y encrespada que nos introduce en una Atlántida ruinosa que queda escondida en nuestras costumbres. Cerca del acceso a los estímulos que emiten los acuosos alienígenas. Lucas canturrea otra tonada que incita a la existencia pirata y a la vida marinera. Y no hay nada en puerto para el aprendiz de héroe, sólo la mar que aviva el fuego de una luz sencilla.

Una mar con ojos azules y sonrisas señaladas. Y la colosal fuerza de sus brazos que promueven promesas y secretos, pactos y muertes. Y la fuerza marina que mueve las tierras que en la memoria del navegante se olvidan. Azota el oleaje feroz, el relieve de acantilado imaginario. Silencios y músicas. El marino surca las siete mares pero no sabe que persigue a su ser, se debate con la caballería en llamas, en el astroso Bote II. Sombrías y alucinadas aúllan las chimeneas sombrías de la noche sentimental: el pirata y la sirena copulan.

El niño ríe y vacila. Espero serle útil y de ayuda. Alivia la sociedad, igual a un sombrío pirata que a manotazos aparta la gravedad y vive el ritmo de los furiosos oleajes. La tribu romántica crece y además espero recoger el perro que vaga a veces por la playa. Nadie le reclama y acepta la comida que le doy. Solo que luego se las pira a rondar por las playas del olvido. Su salvaje instinto le hace huraño y rapaz como un lobo ávido y deseante.

Veremos, no sé cómo vamos a ir todos en el Bote II. Robinson no quiere volver en barco a la civilización. La tribu se alimenta de sol y aire. Harapos de colores nos cubren. Gitanos marineros, errantes peregrinos que encuentran la dicha vagabunda y la desdicha mezcladas.

El dulce sinsabor del destierro para huir de la desesperación y la vida podrida de la ciudad sin nombre. La conjuración de los astros nos lleva a la compartida música de los espacios abiertos, al devenir que avanza inexorable. Las manos temblorosas alcanzan la marejadilla que sobrevuela del viento de tu cabellera alada.

La sal que navega hacia territorios desconocidos e incógnitos. Entre tus brazos tatuados me guardo y recorro tu cuerpo herido en busca del fuego que alumbra el negror de la noche totémica. Senos de hielo excitan al amante que despierta tras dormir varios siglos igual al verdeante malecón a quién se permite curar las heridas lacerantes. Sinuoso es el sueño dormido de la mar. Ritmos oceánicos traen a ésas playas rocosas mensajes del otro lado: nos envían los muertos y soplan unos versos para ayudarnos a vivir contra viento y marea. Estas tierras libres del futuro que dan sentido a éstos desterrados destierros. Los oleajes crujen igual a las hogueras en llamas de la noche de San Juan. Traen nuevas de otros mares, la vibración y oleaje del ser que vino y misteriosamente marchó y nos envió energética clorofila y sonrisas. La sensación que la noche sencilla nos deja en quién vela insomne.

Un cielo es el negrajal asaeteado de estrellas luminosas y tan lejanas que hasta las águilas osan a ti llegar. Nuestros hijos viven leyendas marítimas y canciones piratas, aprenden ritmos y ven a la mar con mirada y opinión y boca y sonrisas.

Un amigo para navegar mejor la isla de la ilusión, a la nube de la que no se baja, un ritmo o un signo, algo sencillo, una tonada de los bucaneros, el bandoneón callejero con el dramático y humano sentir en los sones de la música y ritmo picante y luchador. Las canciones de la noche marchosa acota una psicodelia y los colores se derraman y extienden en los cielos iniciáticos. La noche. Mar adentro. Alta mar. Sin más brújula que las estrellas.

El bote desafía la luz antártica sur. Oleajes y guitarras, la muerte me sonríe, sólo unas lágrimas derramadas. La oscuridad se cobija en los rojos corazones y la distancia se alejan y huyen hacia otros planos o dimensiones. La quimera desata alas e insinuaciones.

Garabatos en lienzos blancos.

¿Por qué me señalas? o muerte. Con tu ávida gangrena, si la verdad es el llanto que la luna derrama y llora para crear la mar: A veces llora tranquila y el agua desborda las inconexiones de todos los colores variopintos y peregrinos, la fiesta de la amargura, llorar por placer por no llorar.

Lejos el acantilado se desfigura, en la luz lleva escritas los golpes del destino. La fábula que se deshoja igual a pétalos al viento. Lukas tendrá que apañarse a si mismo para llevarse adelante. Es la mar procelosa una canción de cuna-nana, una madre procelosa que te ofrece sus senos salados al desnudo. Las playas van a recoger los niños que son txikis y comprenden las llaves secretas abre el ritual del sueño deseado y la clarividente mutación hacia un refugio que es una luz en la oscuridad total de las sombras que tantas veces con sus tretas me ayudaron. Soplo con una flauta de caña y el desabrido territorio de estas peñas incontestables y fieras.

Es la noche (gau) total, desinhibida y golfa, cañera y humos irrefrenable, frenesí que surca las sentimentales krónicas de una tribu unida contra las adversidades hacia un futuro escondido en las playas existentes de otros sistemas planetarios no por lejanos e incomprobables. Convencidos de la necesaria colaboración con estos contactos ultragalácticos, contemplamos las crepusculares zonas de los cielos nocturnos. Y la relación telepática de los amigos de las estrellas surgía de un cúmulo de fuerzas y la necesidad de llevar las mercancías a sus destinos.

Así viviendo, de manera vagabunda, en la txozna o txabola los niños juegan con la arena y pintan sus líneas y los pocitos con castillos de arena y fortines que desafían a los mares navegantes e inmensos. Su civilización enraíza vivamente con las fuerzas naturales y marítimas sabe con lo pequeño que es las señales de expansión. Y de su condición mortal nos trae a la memoria desaparecida la eterna rueda de las encarnaciones y de los amplios recorridos que llevan a la zona en que vive Utopía tras cruzar a la dimensión incorpórea, pasar a mejor vida y volver para traer las aclaraciones y la lúcida verdad que siembra en los corazones semillas de embrujado amor.

• Capitán Timón •

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