La noche había sido larga

taza01La noche había sido larga, muy larga, pues Alejandra no había conseguido pegar ojo en ningún momento. En su cabeza se habían agolpado ideas a cual más absurda y que atentaban, directamente, con su buena salud mental, por lo que era urgente para ella el contrarrestar sus pensamientos con alguien de toda confianza, que tuviese los pies en la tierra y fuese más cuerdo, mucho más cuerdo que ella.

Todavía no había nadie levantado en su casa a esas horas, así que tendría que esperar. Mientras tanto intentaría poner en orden las ideas en su alocada cabeza.

Por fin amaneció uno de los habitantes de la casa, su hermano Richard.

—¡Ey, hermanita! ¿Qué haces levantada tan pronto? ¿Te has caído de la cama? ¿O es que no te has acostado? —preguntó preocupado Richard a su hermana.

—Sí que me he acostado pero no he podido dormir apenas. No hacía más que darle vueltas a un montón de cosas en mi cabeza y te juro que he conseguido que salga humo de ella.

—A ver, hermanita. ¿Qué te preocupa?

—Lo de siempre.

—¿Y qué es lo de siempre?

—Ya sabes, eso, el qué hacer con el taller, el cómo realizar actividades en casa y fuera de ella. El qué ocurrirá con nuestra casa y la tuya. Pero sobre todo el encontrarme a mí misma por medio del auto cuidado, para volver cuanto antes al taller. Y bueno, también si puedo hacer algo en ese partido político que se presenta este jueves aquí, en nuestra ciudad.

—Ya veo que son muchas cosas.

—Sí, demasiadas. No sé por dónde empezar.

—Pues de lo de los bancos y las casas no te preocupes. Ya estamos los papás y yo ocupándonos de todo aquello. Y lo demás supongo que poco a poco. Tienes que tratar los problemas uno a uno. ¿No te dice eso tu educadora?

—Sí. Uno a uno, se toman mejor las decisiones haciendo un listado con ellos, desde lo que más preocupa a lo que menos preocupa.

—Pues entonces hazlo. ¿Qué te saldría?

—Por ejemplo, supongamos que lo que más me preocupa es si volver o no al taller ocupacional.

—Sí, supongamos eso.

—Pues para tratar de ver si es conveniente el volver o no al taller, trato de escribir una lluvia de ideas, desde lo más lógico, hasta lo más alocado, a las cuales voy a añadir tres aspectos positivos y tres aspectos negativos de cada una de las ideas que me salgan. Y luego trato de ver con qué me quedo de todo eso.

—A ver si me entero. Primero ordenas tus problemas de lo más preocupante a lo más insignificante. Y después de eso, escribes las ideas que se te pasen por la cabeza, de lo más cuerdo a lo más alocado y luego tres cosas positivas y tres cosas negativas de cada una de las ideas. Y aquella hipótesis que elijas es con la que te quedas.

—Sí, has entendido bien, hermanito.

—¿Todo eso te ha enseñado la educadora para tomar decisiones?

—Todo eso y más, porque yo soy quién tiene que tomar mis propias decisiones. Aunque no sé si cuenta con un factor importante.

—¿Qué factor?

—Que yo no quiero tomar decisiones, me cuesta un montón.

—¿Pero por qué?

—Tengo miedo a equivocarme porque no sé si estoy obrando bien o mal.

—Todos podemos equivocarnos. De hecho se dice, errar es humano. Y justo es pensar que de los errores se aprende. De caer y volver a levantarse.

—Bueno, tienes toda la razón. A mí me ha pasado eso de crecer con las distintas crisis mentales que he tenido. Aunque también me hacen sentirme muy mal cuando me acuerdo de forma vaga y entrecortada de cosas que hice durante las mismas.

—No te disgustes, no te lo tomes en cuenta. No sabías qué hacías. Sin reproches.

—Bueno, será mejor que lo dejemos, o me pongo a llorar ahora como una tonta recordando lo mal que lo pasé en la última.

—Ni se te ocurra, princesita, ni se te ocurra. A ver. ¿Quién quiere unas tostadas con ajo y aceite y un café con leche?

—Yo. Tostadas, pero en vez de café, una tila con menta, así me hace más efecto el lorazepan que voy a tomar para los diversos temblores de mi cuerpo.

—¿Y algo de fruta?

—Yo. Un kiwi, para ir al baño.

—Marchando.

—Muchas gracias, hermanito, me has ayudado mucho.

—Para eso estoy, para eso estoy. Y con relación a los otros temas, haces lo mismo. Ten en cuenta que es mejor ir solucionando tus problemas uno a uno. Afrontarlos, sí, pero no de golpe, sino de forma aislada.

—Tienes razón.

—Además ¿no te dice también tu educadora y en el centro de salud, y tu pareja, y los papás que no te agobies con tanta cosa?

—Sí, me lo dicen.

—Pues hazles por una vez caso. Aunque no deberías preguntar a tanta gente por lo mismo ya que corres el peligro de que cada uno te diga una cosa distinta.

—Está bien. Eso me pasa por preguntar a todo el mundo…

—Que sí, ya te lo digo yo.

—Está bien. Eso haré.

Algo parecía que por fin había cambiado en el semblante hasta entonces taciturno de Alejandra. La luz que había comenzado a vislumbrar al final del túnel, iluminaba de esta forma todo el camino hasta la salida, sin ocultar ninguno de los recovecos que podían hasta entonces haber existido.

Estaba decidida a afrontar, uno a uno, cada problema que le preocupaba, se sentía muy afortunada por tener a tanta gente a su lado dispuesta a echarle un cable, aunque a veces en lo único en lo que se ponían de acuerdo era que Alejandra debía asumir sus propias decisiones.

Merecía una especial mención su educadora, de la que estaba extrayendo lo más codiciado de ella: todo el conocimiento que Irene pudiese aportarle, tanto o más que sus ganas por hacerla crecer como persona, como mujer, libre y enamorada felizmente de su pareja.

Tanto su educadora, como la jefa de esta, querían hacerle creer que sus avances se debían a todo el esfuerzo que había hecho Alejandra. Ella, sin embargo, sabía que no era así. De hecho tanto estas, como otras profesionales que con anterioridad le habían atendido en la asociación, le habían ayudado mucho.

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