Un cielo para los animales

Animales 01Fue ya, con casi cuarenta años, que pude sentir la bondad de ciertos animales, por los que tuve y tengo, aún hoy con casi cincuenta años.

Mi primer contacto aquí en Navarra, después de mucho tiempo de mi venida desde Donosti con veinticinco años, sucedió en Santesteban con treinta y nueve años.

Un día conocí a Bobi y a Chispita, eran los perros de los aitatxis de mi hijo. Recuerdo la primera vez que los vi, estaban al lado de la casa en sendas casitas de madera. Era invierno, hacía mucho frío y había barro a causa de la lluvia, pero aún así fui a saludarlos. Dos perritos ratoneros, Chispita era la más movida, dos caricias le bastaban para estar más que contenta.

Solía ir a ayudar a hacer las tareas del hogar de los aitatxis, y cuando se echaban la siesta cogía a Bobi y a Chispita y los llevaba a pasear por el monte, eran momentos de tranquilidad y sosiego para mi alma y de bienestar para los perros.

Con el tiempo, Chispita tuvo crías, y tan sólo se quedaron con Coco, un perrito color canela, mediano, tímido y miedoso hasta la médula.

Casi al mismo tiempo, ¡bueno! antes de venir al mundo Coco, llegó Wendy, una gatita de la última camada de los gatos que había en la bodega, donde el aitatxi colocaba su leña y curtía las pieles de oveja para vender después a los zanpantzar.

Wendy estaba con sus hermanitas en una conejera, y pensé que el primero que se asomase sería para mí, toda decidida Wendy se asomó, era blanquita, con unos pocos tonos grisáceos y unas líneas negras en la cola.

Luego llegó Bai, un spaniel bretón burgalés. Un día a las cuatro de la mañana el padre de mi hijo me preguntó si quería ir a por el perro que habíamos visto anteriormente en una revista de caza, y así fue como fuimos de madrugada hasta Burgos y trajimos a Bai, pelirrojo, blanco y nervioso. Recuerdo que la primera noche que pasó con nosotros lloró, pero poco a poco se integró.

Con el tiempo, y por el frío, tuvimos que bajar al pueblo, y Bai pasaría un tiempo viviendo con los aitatxis. Bai y Coco crecieron como hermanos.

En el pueblo, al principio no conecté con mucha gente, y mi mundo estaba más con los animales, tampoco en ese momento me interesaba mucho la civilización. Pasó el tiempo y nos subimos con los primeros rayos de sol al apartamento de la nave colina arriba. Y cuando el aitatxi soltaba a Bobi y Chispita, venían al encuentro de Bai. Sabían de mi querer hacia ellos y yo sentía que me hacían mucho bien.

Chispita revolucionaba todo, les daba queso y jamón, ¡qué contentos se ponían!

Un día llamé al aitatxi por teléfono para que viniese al recoger a sus perros, pues había oscurecido ya y no parecía que tuviesen intención de volver a su casa.

Vino el aitatxi con su cuatro por cuatro y cuando iba a hacer que subiese Coco, éste se escapaba. Yo lo intenté, pero no podía cogerlo y subirlo al coche.

Se me ocurrió de repente que llevando a Chispita (la madre de Coco) en brazos, éste me seguiría, y así fue. El aitatxi cogió a Bobi en el coche, y yo me fui colina abajo con Chispita toda contenta en brazos y Coco a unos pasos detrás siguiéndome. Al tiempo nos quedamos con Coco, conmigo era con la única persona que se dejaba coger. Yo, día a día, lo sorprendía durmiendo y aprovechaba para cogerlo y abrazarlo, así poco a poco obtuve su confianza.

Los animales me hacían olvidar lo duro de la vida, con ellos era feliz. Wendy pasaba todo el día en el campo detrás de ratones y lagartijas y trepando por los árboles, y por las noches la sentía, sigilosa, meterse por mi lado de la cama y apoyándose en mi vientre quedarse dormida plácidamente.

Yo, poco a poco, con ayuda del padre de mi hijo, fui creando un pequeño jardín; hortensias, rosales, buganvillas, margaritas, camelias, … un entorno idílico para los ratos de descanso, hasta una hamaca azul atada de árbol a árbol formaba parte de ese precioso jardín.

Las circunstancias hicieron que mi vida diese un giro de ciento ochenta grados, y el destino me trajo a Pamplona. En cuanto pude conseguí la independencia que me permitió una vez más tener animales, conseguí a Robin, un gato precioso blanco y negro. A mi vecina de Sarriguren se le ocurrió cruzar su gata con Robin y de los gatitos que nacieron me quedé con Blacky por ser totalmente negrito (lo del nombre) miedoso y tímido, como aquel perro que tuve, Coco. Hay que alimentarlos, adecentar las piedritas donde hacen sus necesidades, jugar con ellos… pero lo que tú les das es poco para lo que recibes de ellos. Me hacen arrancar cada mañana y cuando llego a casa ahí están, esperando su pequeña porción de jamón york. Te aportan tranquilidad, te dan compañía y cuando intuyen que no estás bien, se tumban a tu lado.

Sí es cierto que lo mejor que me pasó en la vida fue el tener a mi hijo, y lo seguirá siendo.

Pero la existencia en mi vida de Bobi, Chispita, Coco, Wendy, Robin y Blacky hace que yo piense que HAY UN CIELO PARA LOS ANIMALES.

• Elisabette •

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