Fue ya, con casi cuarenta años, que pude sentir la bondad de ciertos animales, por los que tuve y tengo, aún hoy con casi cincuenta años.
Mi primer contacto aquí en Navarra, después de mucho tiempo de mi venida desde Donosti con veinticinco años, sucedió en Santesteban con treinta y nueve años.
Un día conocí a Bobi y a Chispita, eran los perros de los aitatxis de mi hijo. Recuerdo la primera vez que los vi, estaban al lado de la casa en sendas casitas de madera. Era invierno, hacía mucho frío y había barro a causa de la lluvia, pero aún así fui a saludarlos. Dos perritos ratoneros, Chispita era la más movida, dos caricias le bastaban para estar más que contenta.
Solía ir a ayudar a hacer las tareas del hogar de los aitatxis, y cuando se echaban la siesta cogía a Bobi y a Chispita y los llevaba a pasear por el monte, eran momentos de tranquilidad y sosiego para mi alma y de bienestar para los perros.