—Te lo aseguro, soy otra si tú estás conmigo.
—No será para tanto.
—Sí que lo es. Contigo me sale hacer cosas. No me digas cual es el motivo.
—Eso está muy bien, me gusta que hagamos cosas en común.
—Pues sí, a mí también, pero ¡ay de mí cuando tú no estás! No sabes la desazón que me entra, de hecho me quedo en casa, hundida, sin ganas de hacer prácticamente nada, pienso que no valgo un pimiento, que no tengo fuerzas para hacer nada de nada.
—Vaya, no lo sabía. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—No quería preocuparte, ya ves que no tengo remedio, que dependo de ti para ser feliz. Tan pronto estoy contenta, como totalmente hundida, y todo esto tiene mucho que ver con que tú estés aquí conmigo o no.
—Pues lo mejor será tratar de poner remedio a esta situación.
—Poner remedio, muy fácil lo dices, ¿pero cómo? ¿Haciendo el qué? ¿Con qué ayuda?… Por ejemplo, ¿vas a venir tú más aquí?
—No, eso no, ya sabes que no es posible. Mientras deba atender a mis padres y siga también trabajando en la fábrica no podré venir tanto aquí.
—¿Entonces? ¿Qué propones?
—Ante todo no deberías depender tanto de mí para ser o no más o menos feliz. No sé si me explico.
—¿Que no dependa tanto de ti? ¿A qué te refieres?
—Muy sencillo: te puedes buscar actividades que te gusten para hacer, también entretenimientos que te hagan mantener la cabeza ocupada, el cuerpo activo, y además que hagan que te relaciones con otra gente.
—O sea, ¿qué haga actividades que me gusten y que busque a otras personas con las que estar? ¿Y si estoy tan a gusto que se me mete entre los ojos alguien? Ya sabes que soy muy caprichosa, o al menos confundo mis sentimientos muy fácilmente.
—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.
—¿Sí? ¿De verdad?
—Sí.
—¿Y qué actividades podrían ser?
—Siempre te han gustado las manualidades, aunque dices que tu pulso ha empeorado un poco, pero seguro que puedes hacer muchas cosas.
—No lo tengo tan claro. Mi pulso ha empeorado un montón así que no sé.
—Venga, anímate.
—Ya veré… ¿o si no?
—O también algún curso de cocina.
—¿Un curso de cocina?
—Sí, claro. No haces más que repetirme que te apetecería sorprenderme con algún plato especial. Esta es tu oportunidad.
—Tienes razón, siempre te lo estoy diciendo, pero me cuesta tanto.
—Pues no lo pienses más y hazlo, por tu bien, por nuestro bien, en serio.
—¿Y alguno más?
—Pues de yoga o gimnasia. ¿No tienes en tu ciudad montones de gimnasios o el centro de jubilados donde puedes inscribirte a diversas actividades?
—Sí, claro.
—O si no, mucho mejor, el complejo deportivo, donde hacen gimnasia en el agua, con lo bien que te vendría. Y el paseo hasta allá es considerable, pues está lejos.
—¡Ay! Eso todavía me cuesta más.
—Pues algo tendrás que pensar porque así no puedes continuar. Yo soy el primero en verlo. No deberías depender tanto de mí.
—No, la primera en verlo soy yo. No me conviene en absoluto el ser incapaz de ser feliz por mi cuenta, teniendo que depender de otra persona para ello.
—Pues ya me dirás cómo lo hacemos…
—No lo sé, pero ya va siendo hora de que yo espabile.
—En eso te doy la razón, por completo.
—Sí, claro.
—Además, que en casa tienes la bicicleta estática que compramos hace unos años, además del stepper y una buena esterilla para hacer ejercicios en el suelo.
—Así es.
—Y con relación a lo de cocinar, los dos sabemos que tu madre es una genial cocinera que podría enseñarte, o si no, los numerosos libros de cocina que hemos ido adquiriendo con el paso de los años. ¿No te parece?
—Supongo que algo podría hacer. Así que será cuestión de proponérmelo.
—Pues claro.
—Bien.
—¿Y con relación a las manualidades?
—¿Qué me quieres decir?
—Pues que seguro que con un poco de suerte, parte de las pinturas que usabas antes, en los diversos cursillos que hiciste, se conservan bien y puedes aprovecharlas para hacer cosillas.
—¿Cómo qué?
—Pues jarrones de cristal pintado o improvisar cajas de puros que tienes pintadas con bolsas de plástico, y a las que les puedes añadir conchas de adorno. O figuras en imitación a bronce. O ese escudo de Osasuna hecho con arenas que les prometiste a tu hermano y sus amigos hace ya tiempo y que nunca realizaste.
—Supongo que sí, que también podría hacer algo de todo eso, sin prisas.
—¡Anímate! De verdad te lo digo. No dependas de mí para ser feliz. Ya verás que si haces algunas de estas actividades te vas a encontrar mejor. Más animada. Más realizada y no tan pendiente de si estás bien o mal conmigo o sin mí.
—¡Qué fácil es decirlo! Pero hacerlo es complicado. No sé por dónde empezar.
—¿Cómo que no?
—¡Cómo que no!
—Yo te diré por dónde.
—A ver, dime.
—Muy sencillo, yo no vendré tantas veces seguidas para que tú tengas más tiempo para todas estas cosas de las que hemos hablado.
—No, por favor, no me hagas esto.
—Es por nuestro bien. Ya lo verás.
—No, no lo veré, es más, no quiero verlo.
—Al menos inténtalo. Te lo pido por favor. Pruébalo sólo durante esta semana a ver qué tal te va y luego me dices.
—Está bien. Pero no prometo nada.
—Con que lo intentes me vale.
—¿De verdad me ayudará? ¿Por nosotros?
—Por nosotros.
—Por nosotros, entonces va.
Y fiel a su promesa, los días posteriores ella mejoró ya que realizó actividades que la hacían sentirse mucho mejor y no tan dependiente de su pareja. Lo que renovó su relación y la hizo crecer de forma más sana y con mayor igualdad entre los dos.
• Lianna’s love •
Me encanta el diálogo. Está genial. Pero, para mi gusto -y sólo para mi gusto- le falla el final. Se desarrolla en tercera persona, y demasiado rápido, lo que le resta credibilidad. Por lo demás -lo dicho- ¡ genial!.