Recordando a mi madre

Madre 02Mis recuerdos se remontan a los cuatro añitos, entonces vivía en un internado de San Sebastián, mis padres eran pobres y mi madre esquizofrénica, pobrecita mía. Recuerdo que esperaba ansiosa la visita de mi madre, como agua de mayo, esos ojos azules, esa mirada profunda de alegría por verme y de su pesar por no tenerme.

Pero todos los domingos llegaban, estaba con ella todo el día, mi madre compraba un pollo, comíamos sentadas en un banco de los jardines de alrededor del internado.

Yo era feliz y recibía un millón de besos y abrazos, era un rayo de sol para mi corazón. En el internado era bien atendida por las monjas, yo no entendida muy bien por qué estaba separada de mis padres. No quería a mi padre, pues con mi mente de niña pensaba que no ayudaba a mi madre. Murió cuando yo tenía siete, no lloré, guardé en el cajón de mis tesoros la foto y no la miré más.

Mi madre me daba fuertes abrazos, de vez en cuando se le escapaban lágrimas que eran para mí como gotas de rocío de esos ojos azules e intensos como el mar. Yo adoraba a mi madre por hacer todo lo posible por verme, a pesar de su discapacidad. No quería que llorase por mí, no recuerdo de qué hablábamos, sólo la sensación de flotar en una nube. Me dejaba querer, pues sabía que las dos lo necesitábamos.

Recuerdo que de vez en cuando solía sacarme a pasear un señor elegante, de mayor supe que quería adoptar un niño, estaba otro niño y yo para la elección. Yo con mi cabecita de cinco años sentía que me querían separar de mi madre y como un ratoncito asustado me escondía en los baños del colegio. Con el tiempo ese señor ya no vino más, yo contenta sabía que mi madre seguiría viéndome.

De pequeña guardo el recuerdo de herirme un dedo, roto por una puerta gigante del internado. Una monja me cogió en brazos y mi dedo chorreando, lo protegió con una toalla y me operaron. Ese dedo hoy en día solamente lo puedo limar.

Pero había cosas buenas, recuerdo que venían los Reyes Magos a vernos, nos cogían en brazos y nos daban juguetes. A mí un día me quiso coger Melchor, yo le decía que no, que me había meado en la cama, y me dijo que no importaba, desde entonces es mi Rey favorito.

Recuerdo que en el patio había una fuente preciosa y una higuera, un día se me quedo enganchado el zapato por lanzarlo para coger higos. Era tremendamente tímida, el tiempo haría que perdiese la timidez.

Lo único que me daba miedo eran los murciélagos que había en el edificio, por ser éste muy antiguo y de techos muy altos.

El internado estaba al lado de una gran iglesia. Viniendo por los hospitales al campo de futbol, se ve Zorroaga, el internado.

Ahora no sé qué es de ella, pero allí conocí a la que sería mi mejor amiguita, siempre íbamos cogidas de la mano, para mí era como si fuera mi hermana, esta relación desapareció cuando abandoné el internado con ocho años.

Me llevaron a un piso tutelado hasta que lo abandoné con veinte. Malos recuerdos del piso, a mi madre no le dejaban verme como en el internado. Se ponía nerviosa y aporreaba la puerta hasta que se iba llorando, la madre de una amiga del colegio Elizaran se ocupaba de ella, y con todo cariño la llevaba a una cafetería y la consolaba. Fue entonces cuando un día la dejaron verme, estábamos en el portal, me dio un fuerte abrazo y me puso la cabeza entre sus pechos, y me dijo que iba a escribir una carta al Rey para que le ayudase, pobrecita, yo callaba y escuchaba.

Con el tiempo no la dejaron venir más, yo abrazaba la almohada por la noche y me imaginaba que era ella. Aprendí a llorar entonces, pues de pequeña emitía ruidos sin lágrimas.

La eché mucho de menos en el piso, no me trataban bien, menos mal que mi madre nunca lo supo. Yo fui creciendo y estudiando lo que me correspondía hasta segundo de magisterio, que es cuando encontré de nuevo a mi madre, pero a los tres meses de volver a verla, un día llamaron a mi puerta y me dijeron que había muerto de neumonía. Fue la primera vez que caí y me puse mala.

Con el permiso de mi psiquiatra abandoné todo, Donosti me dolía demasiado. Me fui a Irurzun, conseguí mi primer trabajo en hostelería, allí encontré mi pequeño espacio en la vida durante algún tiempo. La gente fue conociéndome y cogiéndome cariño. Los días de mercado en el pueblo me hacían regalos.

Yo guardaba una estampa que me dieron en el funeral de mi madre, decía que los seres queridos que han ido al cielo se convierten en nuestros ángeles protectores, lo decía San Agustín. Yo suelo encender una vela blanca y rezo. A mi madre le pido cosas para mí y los que están conmigo.

Madre, que sepas que más que quererte te adore, y sé que desde donde estás cuidas de mí. Te lanzo un beso al cielo y gracias por haberme dado la vida.

P.D. El pseudónimo, ‘Estrella de la mañana’, era lo que me llamaba mi entrenador de judo cuando coincidía con él en la calle. Murió con treinta años en un accidente de coche, gracias a él fui campeona de Guipúzcoa durante cinco años.

• Estrella de la mañana •

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