De soledad a soledad

Avión Papel 02Me desperté, había dormido bien. Miré el reloj, las ocho de la mañana. Después de ducharme, baje a hall del hotel y salí a la calle, estaba desierta, me dispuse a buscar algún lugar para desayunar, después haría un poco de turismo. Pensaba ir a algún museo del que tenía referencias por la guía de viajes adquirida en Pamplona. Me encontraba en el centro de Las Palmas. Vi por casualidad a un policía local, le pregunté por una cafetería y por cómo llegar al Museo Pérez Galdós:

– ¿Una durcería a estas horas? Los museos están cerrados, hoy es fiesta en la isla.

¡Me había pasado! Una hora menos en Canarias. Me indicó un sitio donde podría desayunar. Después de desayunar callejeé por la comercial y peatonal calle Triana. Saqué sin problemas dinero de un cajero y volví al hotel; estaban limpiando las habitaciones. Entablé conversación con una chica joven que estaba en la mía y enseguida me di cuenta de que nunca había salido de la isla.

Era 2 de noviembre de 1992. Había llegado a Las Palmas de Gran Canaria el día anterior, sin billete de vuelta, con un capital de 50.000 pesetas; huyendo de la soledad, de la familia… Mis planes eran trabajar, estudiar Arte Dramático, hacer amigos… ¡vivir!

Al día siguiente salí del hotel hacia el pueblecito dónde estaba el albergue juvenil en el que había reservado plaza. En una maleta, un bolso de mano y una bandolera llevaba todas mis pertenencias: toda mi ropa que, por aquel entonces, no ocupaba mucho, unas cuantas guías de viajes, mis revistas y libros favoritos, entre ellos un manual y un diccionario de euskera, idioma que había comenzado a estudiar por apego, y porque quizás, a pesar de todo lo que pensaba dejar atrás, no desechaba volver, aunque por el momento mis expectativas eran otras.

Llegué y me registré e instalé en una habitación con cuatro literas, un escritorio y un baño. La persona que me había recibido no fue muy amable, más bien arisca, lo cual me extrañó. Bueno, no todos los isleños tenían que ser amables y sonrientes, tendrá un mal día, pensé, y no le di mayor importancia. Bueno, ya estaba dando los primeros pasos hacia mi nueva vida. Al día siguiente llamaría por teléfono a la persona que llevaba el tema de teatro en la isla, cuyo número me habían dado en el Departamento de Juventud del Gobierno de Navarra. Pero como en el «cuento de la lechera», se rompió el cántaro.

No sé, intuición, sensaciones, todo encajaba. El caso es que desde mi salida del aeropuerto de Bilbao empecé a notar cosas cuando menos extrañas, pero nada me iba a detener en el camino hacia la libertad que estaba emprendiendo.

Llamé a mi casa alarmada, enviaron a mi hermana a buscarme, en cuanto llegó al albergue empezó a chillar. Ese día acabamos pasando la noche en el casco viejo de Gran Canaria, al lado del puerto, en un hotel (burdel). Después, de vuelta al hotel del primer día. Cuando regresamos no quería bajar del avión. «Que venga mi aita«.

Más soledad, depresión, miedo.

• Argiloa •

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