Se sumergió en la lectura y, cuando salió a la superficie en un mar de letras, no había fin.
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Un paso importante
¿Os habéis parado a pensar cómo se tejen, entretejen y deshacen las amistades? Muchas, yo diría las más, surgen de encuentros casuales; otras llegan de la mano de otras amistades; y algunas las buscas a propósito. Pero todas ellas, por lo general, tienen en común el que son el encuentro de dos almas con la misma sintonía, que no gemelas. Porque en las amistades -como en el amor- hay muchas ocasiones en que las personas son como dos polos opuestos que se complementan, y otras en las que parecen hechas con el mismo molde. Así se tejen la mayoría.
Pero para entretejerlas hacen falta grandes dosis de cariño y de amor; de tiempo y dedicación; de afecto y sinceridad; de charlas en el café, o en el parque, o en el campo o en casa del otro, o en el trabajo; de intercambio de sentimientos, vivencias, experiencias e información.
Y para deshacerlas. ¡Qué sé yo! Malentendidos, frialdad, distanciamientos, enojos, envidias, celos o, simplemente, dejar ir. Yo, a veces, pienso que soy especialista en esto último porque conservo pocas amistades de aquellas que surgieron en mi niñez, adolescencia y juventud. Y eso que sigo viviendo en la misma ciudad y frecuentando prácticamente los mismos lugares que me vieron crecer.
Pero hoy he dado un paso importante en pro de la amistad. Utilizando las redes sociales he contactado con unas amigas que hacía tiempo no veía. Una es una antigua compañera de colegio, de la que me alejé yo a propósito porque juzgué mal su conducta, cuando yo no soy quién para juzgar a nadie. Lo cierto es que ahora está enferma y creo que he hecho bien en dar el paso, aunque no sé si recibiré respuesta. Otras son dos amigas de las que tenía cuando trabajaba y con las que hace mucho, muchísimo tiempo, que no me siento a tomar un café. De éstas espero pronta respuesta.
Sea como fuere, estoy satisfecha. Me siento feliz de haber dado ese paso para contactar con ellas. Y me encantaría poder recuperar su amistad. Porque aunque ellas no lo sepan a ciencia cierta, no me importa proclamar a los cuatro vientos que las quiero. Y por eso no dudo en afirmar que me gustaría reincorporarlas a mi vida, a esta vida de la que nunca debieron salir.
Me escabullo
A veces me cuesta encontrarme conmigo misma. Intento atraparme, pero me escabullo. Eludo mi mirada. Me hablo, pero me cierro en un hermetismo tal que me es imposible arrancarme ni una sola palabra. Quiero ser yo hasta tal extremo que me atrinchero, me meto en mi caparazón y me niego a salir por temor no sólo a enfrentarme a los demás sino también a mí misma.
Son tantos los fantasmas que pululan dentro de mi ser que tengo miedo hasta de encararme con la imagen que pueda devolverme el espejo.
Sé que soy débil. Y aún así me reconozco fuerte. Soy hermosa, pero en mí reside también la fealdad. Soy libre y esclava. Soy mujer y no por ello dejo de ansiar en ciertas ocasiones la masculinidad. Soy trabajadora y extremadamente vaga. Soy calma, quietud, y un huracán. Soy emociones y puro sentimiento, aderezado con pequeñas dosis de raciocinio. Soy aire puro y enrarecido. Soy pues pura contradicción.
¿Quién me puede salvar? Sólo encuentro una respuesta: «Yo». ¡Qué difícil de pronunciar! Y es que está hecha a base de energía, sí; pero combinada con grandes dosis de soledad.
¿Me quiero? Quizá… Eso es algo que tengo que pensar. Quizá no lo suficiente. O quizá sí. No lo sé. Hoy no lo sé. Mañana sí, tal vez mañana…